jueves, 22 de agosto de 2013

Capítulo dos.

"¡Buenos días Londres!". Lo único que logré escuchar antes de apagar la radio despertador. Siete de la mañana, miércoles. Me levanté perezosamente de la cama y fui al baño, para ducharme y asearme. Volví a la habitación, casi con los ojos cerrados, y me vestí con unos pantalones vaqueros azules y un jersey blanco, ligera para mi última semana de clases antes de las vacaciones de Navidad. Tras coger las botas y la bolsa con todo lo necesario para seis horas de clase de periodismo. En la cocina, tomé un café rápido acompañado de unas ricas pastas que mi prima me había mandado desde Irlanda. Al terminar, me calcé las botas, me puse la bufanda y salí al frío de la calle con la bolsa colgada al hombro.
¿Buenos días? Ese locutor de radio no sabía lo que decía. Miré el termómetro que había junto a mi parada de metro habitual de la universidad, cinco grados.

-Señorita Maxwell. -dijo el rector de la universidad de periodismo a modo de saludo. Me encaminé hacia él y esbocé una sonrisa segura. No me gustaba usar modismos con mi tío, ni tener "enchufe", pero él creía que era lo mejor.
-Buenos días, señor Fray. -contesté y me senté en una silla de madera rojiza en frente a su escritorio de indudable caoba. -¿Qué quería?
-Bueno, sabrá usted que es una de las alumnas más prometedoras de la promoción. -dijo y se puso serio. Quise corregirle: mi mejor amiga es la mejor de la promoción; pero me quedé callada puesto que prosiguió con su discurso. -He decidido solicitar una entrevista con el presidente de Harrison Inc.
-¡¿Con James Harrison?1 -pregunté en un grito. Él se rió.
-Sí, el mismo. -dijo en una carcajada. -Pero no te emociones, Clarissa, esta es una oportunidad muy especial, y...
-Sí, sí, sí, sí, entendido. ¿Cuándo es? -pregunté impaciente y él suspiró.
-El viernes, pero, Clary... -no le dejé terminar.
-Vale, gracias, gracias, no te defraudaré. -dije evasiva y me levanté corriendo para salir por la puerta y dirigirme a mi última clase, en busca de mi mejor amiga.

-Madre mía, Soph, me siento como Anastasia Steele en Cincuenta Sombras de Grey. -dije emocionada. Ella puso los ojos en blanco y soltó una carcajada, soplando en su caffe latte del Starbucks.
-Ajá... Clary, es tan sólo una entrevista. Harrison es un hombre... especial... -dijo. Su padre conocía a James Harrison, había tenido algunos negocios con él y habían celebrado algunas fiestas. Sophie, por lo tanto, conocía a Harrison.
-Oh, cállate, Skyes, no me estropees mi cuento de hadas. -hizo un mohín y yo le estampé un beso en la mejilla. -¿Qué harás en Navidad? -pregunté para cambiar de tema.
-Iré a York, supongo, con mi familia. ¿Irás a ver a tus padres? -preguntó. Niego con la cabeza.
-Me quedaré en Londres... -suspiro.
-Algún día tendrás que ir a verles... pasó hace años. -dijo, dando otro sorbo a su café.
-Sí, pero no estas Navidades. -musité seria. Ella, incómoda, miró por la ventana del Starbucks.
-No quiero que te quedes sola en la ciudad estas dos semanas. Podrías venir algún día con mi familia...
-¡Ni hablar! No quiero molestar otro año más. -dije, recordando el año pasado.
-Clary... ¿puedo hacer algo para que no te quedes en Londres estas Navidades? -preguntó triste, ahogando un suspiro. La abracé y sonreí.
-Con suerte seduzco al millonario soltero deseado Harrison y tengo alguien con quien pasar estas Navidades. -dije graciosa. Nos empezamos a reír a carcajada limpia.

Al final, decidí irme a casa a dormir tras dejar a Sophie en su apartamento, a dos manzanas del mío. Caminaba con los brazos cruzados y la bolsa colgada al hombro, agarrando las solapas del abrigo para mantener el calor corporal, que rápidamente se desvanecía en una fría noche londinense. Llegue a la esquina de mi calle. Ahí hay un pub, que normalmente está frecuentado por personas de mi edad, veintidós o veintitrés años. Pasé por delante, y giré la cabeza al oír unos gritos dentro del bar. Supuse que serían de algún partido, solía pasar eso por las tardes; pero supe inmediatamente que no eran gritos de júbilo cuando un hombre salió disparado de la puerta principal. A mi mente llegó una palabra: Notición. Corrí y le di la vuelta al hombre para examinarle las heridas. Estaba sangrando por la nariz, inconsciente. En el bar los gritos no cesaban. Le aparté y entre con dificultades.
Lo primero que sentí al entrar en el bar fue humo, olor a bebida y sangre por el suelo. Miré las caras. Había un círculo de hombres en el centro del local y dos hombres en el medio peleándose. Nadie parecía interesado en separarles. Miré a los dos hombres. Uno era de mediana edad, con algunas canas, vaqueros, camisa y corbata. La cara estaba ensangrentada por las comisuras de la boca. Oh dios mío, ¿es un vampiro? Mi subconsciente empezó a reír a carcajadas. Miré al otro, y me llevé las manos a la boca al reconocerle. El pelo cobrizo estaba lleno de sudor y había algo de sangre. La camisa estaba hecha jirones.
-¡Alex! -chillé aterrorizada. Él no me escuchó, seguía pegando puñetazos en la mandíbula del hombre. Estaba aterrorizada y no se me ocurrió otra cosa que empujar a los hombres que tenía delante.
-Fuera niña. -me gruñó uno. Hice caso omiso y seguí empujando, hasta que terminé el círculo y quedé a un metro de Alex. Clarissa Maxwell, ¿por qué haces esto? Este chico  te caía mal hace unos días, me reprendió mi subconsciente. Hice caso omiso de nuevo y me acerqué a Alex. Con la poca fuerza que tengo, le sujeté los brazos. Intentó zafarse, no me vio, gritando todo tipo de obscenidades, pero por fin alguien con sentido común sujetó al otro hombre y Alex se rindió. Le arrastré fuera del bar y le senté en un portal de al lado. Apoyó la cabeza en la puerta y cerró los ojos, estaba claro que no sabía que era yo. Examiné sus heridas. Tenía una en la mandíbula, y un corte sobre la ceja. Dios, ¿pero qué animal es capaz de hacerle eso? Le levanté un poco la camiseta, para verle el costado, y por un momento me quedé embobada, pero se la bajé rápidamente. En ese momento, abrió sus ojos castaños y frunció el ceño.
-¿Clarissa? -preguntó extrañado. Sonreí tímidamente y me sonrojé un poco. ¿Qué? ¿Por qué? ¿Desde cuándo me sonrojo delante de un chico?
-Hola, Alex. -musité seria, aún en cuclillas delante de él.
-¿Qué hacías ahí? Podría haberte pasado algo.
-No, ¿qué hacías tú ahí, pegando a ese hombre? Cuando entré, estabas pegándole puñetazos a ese tipo... -dije y bajé la vista.
-No deberías haber entrado ahí... -susurró y se levantó. -Ven, te acompaño a casa. -me levanté y caminamos en silencio hasta mi portal, al que tardamos un minuto en llegar.
-Sube, por favor, te curaré las heridas. -musité y le mi´re, esperando una respuesta.
-Clarissa... debería irme a casa.
-Por favor...-puso los ojos en blanco.
-Vale.

Volví al salón con el alcohol, algodón, tiritas y pañuelos. Alex estaba sentado en una de las piezas de mi sofá. Se había quitado la chaqueta, y ahora llevaba unos vaqueros desgastados y una camisa. Me miró, totalmente serio. Esa mirada me heló la sangre. Estaba visiblemente cabreado. Me senté en frente de él y le cogí de la barbilla para alzarle la cabeza y hacer que me mirase. Noté que con mi contacto se puso tenso de repente y cerró los ojos. Le limpié la cara de la sangre, y el abrió cuando me detuve en sus labios. Subí la mirada lentamente, su labio superior, su nariz, y después sus ojos marrones profundo. Aparté de mi cabeza cualquier pensamiento y seguí limpiando.
-¿Quién empezó la pelea? -pregunté para romper el silencio.
-Yo. -dijo frío.
-¿Por qué? ¿Hizo algo para cabrearte? -él se removió en el asiento.
-Era un gilipollas de mucho cuidado. -contestó.
Asentí con la cabeza y le limpié la herida de la frente. Apretó mucho los labios por el escozor y yo le soplé un poco.
-Lo siento. -murmuré cuando apretó aún más y sus labios formaron una fina línea.
-Clary...
-¿Qué? -pregunté sorprendida, en toda la noche no me había llamado Clary.
-¿Por qué? -preguntó. La pregunta me desconcertó un poco, pero después lo comprendí.
-No lo sé. Sólo sé que te vi y tuve que entrar a sacarte de allí. -dije, y en sus ojos divisé un brillito especial.

martes, 6 de agosto de 2013

Capítulo uno.

Mi madre solía decirme que el mejor remedio para el frío de Diciembre en Londres era un café bien cargado y calentito. Entré en el Starbucks más cercano y pedí uno. Busqué una buena mesa, con vistas que me agradasen, pero la mejor ya estaba cogida por un joven que estaba leyendo. Me fui a una mesa, en la esquina cerca de una ventana. Desde allí tenía una pequeña vista del puente de Londres, lo cual me gustaba. Eran mediados de diciembre, y se podía ver que algo de nieve caía del cielo paulatina y perezosamente.
Dentro del inmenso bolso, estaba guardado en su funda mi ordenador portátil, el cual coloqué y encendí con sumo cuidado. Cuando éste inició sesión a la velocidad de una tortuga minusválida, entré en mi correo para comprobar si alguien me había mandado un mensaje importante. Publicidad, familiares, propuestas de la universidad... y un mensaje de mi mejor amiga.
No decía nada que llamara mi atención, me invitaba a cenar con ella y su novio esta noche y que me quería mucho. Barajé la idea, y terminé aceptando ya que no tenía nada mejor que hacer un sábado por la noche.

Cuando llegué a casa eran las seis y media. Me quedaba una hora y media para arreglarme. Solté el bolso en el sofá de tres piezas del salón y subí corriendo como pude las escaleras de caracol que dan a la parte de arriba de mi apartamento. Mi habitación no estaba precisamente ordenada. Sobre la mesa, había muchos libros y papeles de la universidad. El armario estaba abierto de par en par y la ropa tirada por encima de la cama. Decidí que eso lo arreglaría mañana. Me apresuré en ducharme y correr a la habitación en busca de algo qué ponerme. Encontré unos vaqueros negros, una camisa roja y una cazadora de cuero negra. A eso le añadiría un gorro de lana rojo, unos botines negros y algún fular o collar.
Me vestí a la velocidad de un rayo y me maquillé un poco, no me gustaba ir pintada como una puerta. Cuando terminé de arreglarme, cogí un bolso y salí de casa dirección a la boca de metro más cercana.

-¡Clary! ¡Estamos aquí! -oí la voz de mi mejor amiga en alguna parte del inmenso bar. Les busqué con la mirada y allí estaban. Me acerqué y esbocé la mejor de mis sonrisas. Sophie iba vestida con unos vaqueros y una camisa beige, y Scott con unos pantalones azul marino y un jersey que seguramente eligió Sophie.
-¡Hola, chicos! -saludé yo y les di dos besos.
-¡Cuánto tiempo, Maxwell! Estás más alta. -bromeó Scott. Siempre hacía bromas en lo que respecta a mi estatura, y no es que fuera precisamente baja.
-Ja, ja. -reí irónicamente. -Supongo que tú sigues igual de gracioso...
-Parad ya, ¿podéis comportaros como adultos aunque sólo sea una maldita noche? -dijo Sophie, lo que fue acompañado por una sonora carcajada de los tres.
Me fijé en que en la mesa había otra silla, que tenía un abrigo negro. Tras depositar el mío en mi silla, me levanté para ir al baño. Estaba a escasos metros de nuestra mesa, por lo tanto llegar hasta él sería cuestión de unos pasos. Pero algo, o mejor dicho alguien, se interpuso entre el baño y yo. Choqué contra él y levanté la vista. Un chico se alzaba ante mí. Sería de mi edad, veinticinco arriba o abajo. Con los ojos color miel y el pelo castaño cobrizo. Bastante atractivo dentro de lo que cabe.
-Cuidado por dónde vas, enana. -me dijo. Por su tono de voz deduje que era insultante y enseguida me puse a la defensiva.
-Cuidado tú. Yo iba al baño tranquilamente cuando un armario de cinco puertas se puso en mi camino. -contesté.
-¡Hey! Relajate, que yo no he chocado contigo. -dijo. Le aparté bruscamente y entré en el baño con la dignidad a la altura del suelo. Me miré al espejo, mis mejillas habían enrojecido ligeramente, no sabía si a causa de la rabia o de la vergüenza.

Cuando volví a la mesa, me senté en mi sitio. Las bebidas aún no habían llegado, pero no tardarían en hacerlo.
-¡Aquí tenéis!-dijo el chico, depositando cuatro cañas de cerveza sobre la mesa. Levanté la vista, enarcando una ceja al verle. -Ui, si está aquí mi amiga la pequeña. -comentó. Cogí mi caña y bebí un trago sin mirarle.
-¿Os conocéis? -preguntó Scott. Abrí la boca para contestarle, pero él se me adelantó.
-Tuvimos una pequeña colisión en el baño. -comentó él, en tono jocoso.
-¿Ah, sí? Pues Clary, éste es Alex.
-Encantado. -me dijo él. Le miré, poniendo los ojos en blanco mientras me extendía la mano.
-Ojalá pudiera decir lo mismo. -contesté. Scott y Sophie se rieron, y él me dio un pequeño golpe en la nuca. Un gesto cariñoso, algo raro para alguien que me acaba de conocer.

La noche se hizo larga, demasiado larga, más de lo que me hubiera gustado. Cenamos en un restaurante a las afueras de la ciudad, y seguidamente fuimos a un pub cerca del Támesis. La noche, fue acompañada de risas, palmadas, bromas y momentos serios. Serían las doce de la madrugada cuando la pareja nos dijo adiós.
-Si quieres te acompaño a casa, ¿dónde vives? -me preguntó Alex.
-En Abbey Road, pero puedo coger el metro. -contesté mientras caminabamos hacia una de las bocas.
-No me gusta que las señoritas anden solas por Londres por la noche. -dijo serio.
-Vaya, ¿así que de repente te has vuelto sobreprotector? -pregunté y encarné una ceja.
-No me conoces, siempre lo soy. -dijo. Bajamos las escaleras del metro a toda prisa y no tardamos en buscar la línea que me correspondía y subir a un cagón vacío.
-Cierto, no te conozco, pero por las impresiones que me has dado, pareces el típico chulo capullo. -contesté con una sonrisa en la cara. Él soltó una sonora carcajada cuando llegamos a mi parada y bajamos apresuradamente.
-Y gilipollas. -añadió con una sonrisa. Sonreí también.
-Chulo y gilipollas. -comenté.

Cuando llegamos a mi portal, me dio dos besos. Me ofreció una sonrisa que, instintivamente, no tardé en devolver.
-Ha sido una noche interesante. -dijo.
-Muy interesante... -suspiré y sonrió.
-Buenas noches, Clary.
-Buenas noches.
Miré como caminaba, con las manos metidas en los bolsillos, por Abbey Road. Y no pude apartar la mirada hasta que las sombras lo ocultaron por completo.