martes, 6 de agosto de 2013

Capítulo uno.

Mi madre solía decirme que el mejor remedio para el frío de Diciembre en Londres era un café bien cargado y calentito. Entré en el Starbucks más cercano y pedí uno. Busqué una buena mesa, con vistas que me agradasen, pero la mejor ya estaba cogida por un joven que estaba leyendo. Me fui a una mesa, en la esquina cerca de una ventana. Desde allí tenía una pequeña vista del puente de Londres, lo cual me gustaba. Eran mediados de diciembre, y se podía ver que algo de nieve caía del cielo paulatina y perezosamente.
Dentro del inmenso bolso, estaba guardado en su funda mi ordenador portátil, el cual coloqué y encendí con sumo cuidado. Cuando éste inició sesión a la velocidad de una tortuga minusválida, entré en mi correo para comprobar si alguien me había mandado un mensaje importante. Publicidad, familiares, propuestas de la universidad... y un mensaje de mi mejor amiga.
No decía nada que llamara mi atención, me invitaba a cenar con ella y su novio esta noche y que me quería mucho. Barajé la idea, y terminé aceptando ya que no tenía nada mejor que hacer un sábado por la noche.

Cuando llegué a casa eran las seis y media. Me quedaba una hora y media para arreglarme. Solté el bolso en el sofá de tres piezas del salón y subí corriendo como pude las escaleras de caracol que dan a la parte de arriba de mi apartamento. Mi habitación no estaba precisamente ordenada. Sobre la mesa, había muchos libros y papeles de la universidad. El armario estaba abierto de par en par y la ropa tirada por encima de la cama. Decidí que eso lo arreglaría mañana. Me apresuré en ducharme y correr a la habitación en busca de algo qué ponerme. Encontré unos vaqueros negros, una camisa roja y una cazadora de cuero negra. A eso le añadiría un gorro de lana rojo, unos botines negros y algún fular o collar.
Me vestí a la velocidad de un rayo y me maquillé un poco, no me gustaba ir pintada como una puerta. Cuando terminé de arreglarme, cogí un bolso y salí de casa dirección a la boca de metro más cercana.

-¡Clary! ¡Estamos aquí! -oí la voz de mi mejor amiga en alguna parte del inmenso bar. Les busqué con la mirada y allí estaban. Me acerqué y esbocé la mejor de mis sonrisas. Sophie iba vestida con unos vaqueros y una camisa beige, y Scott con unos pantalones azul marino y un jersey que seguramente eligió Sophie.
-¡Hola, chicos! -saludé yo y les di dos besos.
-¡Cuánto tiempo, Maxwell! Estás más alta. -bromeó Scott. Siempre hacía bromas en lo que respecta a mi estatura, y no es que fuera precisamente baja.
-Ja, ja. -reí irónicamente. -Supongo que tú sigues igual de gracioso...
-Parad ya, ¿podéis comportaros como adultos aunque sólo sea una maldita noche? -dijo Sophie, lo que fue acompañado por una sonora carcajada de los tres.
Me fijé en que en la mesa había otra silla, que tenía un abrigo negro. Tras depositar el mío en mi silla, me levanté para ir al baño. Estaba a escasos metros de nuestra mesa, por lo tanto llegar hasta él sería cuestión de unos pasos. Pero algo, o mejor dicho alguien, se interpuso entre el baño y yo. Choqué contra él y levanté la vista. Un chico se alzaba ante mí. Sería de mi edad, veinticinco arriba o abajo. Con los ojos color miel y el pelo castaño cobrizo. Bastante atractivo dentro de lo que cabe.
-Cuidado por dónde vas, enana. -me dijo. Por su tono de voz deduje que era insultante y enseguida me puse a la defensiva.
-Cuidado tú. Yo iba al baño tranquilamente cuando un armario de cinco puertas se puso en mi camino. -contesté.
-¡Hey! Relajate, que yo no he chocado contigo. -dijo. Le aparté bruscamente y entré en el baño con la dignidad a la altura del suelo. Me miré al espejo, mis mejillas habían enrojecido ligeramente, no sabía si a causa de la rabia o de la vergüenza.

Cuando volví a la mesa, me senté en mi sitio. Las bebidas aún no habían llegado, pero no tardarían en hacerlo.
-¡Aquí tenéis!-dijo el chico, depositando cuatro cañas de cerveza sobre la mesa. Levanté la vista, enarcando una ceja al verle. -Ui, si está aquí mi amiga la pequeña. -comentó. Cogí mi caña y bebí un trago sin mirarle.
-¿Os conocéis? -preguntó Scott. Abrí la boca para contestarle, pero él se me adelantó.
-Tuvimos una pequeña colisión en el baño. -comentó él, en tono jocoso.
-¿Ah, sí? Pues Clary, éste es Alex.
-Encantado. -me dijo él. Le miré, poniendo los ojos en blanco mientras me extendía la mano.
-Ojalá pudiera decir lo mismo. -contesté. Scott y Sophie se rieron, y él me dio un pequeño golpe en la nuca. Un gesto cariñoso, algo raro para alguien que me acaba de conocer.

La noche se hizo larga, demasiado larga, más de lo que me hubiera gustado. Cenamos en un restaurante a las afueras de la ciudad, y seguidamente fuimos a un pub cerca del Támesis. La noche, fue acompañada de risas, palmadas, bromas y momentos serios. Serían las doce de la madrugada cuando la pareja nos dijo adiós.
-Si quieres te acompaño a casa, ¿dónde vives? -me preguntó Alex.
-En Abbey Road, pero puedo coger el metro. -contesté mientras caminabamos hacia una de las bocas.
-No me gusta que las señoritas anden solas por Londres por la noche. -dijo serio.
-Vaya, ¿así que de repente te has vuelto sobreprotector? -pregunté y encarné una ceja.
-No me conoces, siempre lo soy. -dijo. Bajamos las escaleras del metro a toda prisa y no tardamos en buscar la línea que me correspondía y subir a un cagón vacío.
-Cierto, no te conozco, pero por las impresiones que me has dado, pareces el típico chulo capullo. -contesté con una sonrisa en la cara. Él soltó una sonora carcajada cuando llegamos a mi parada y bajamos apresuradamente.
-Y gilipollas. -añadió con una sonrisa. Sonreí también.
-Chulo y gilipollas. -comenté.

Cuando llegamos a mi portal, me dio dos besos. Me ofreció una sonrisa que, instintivamente, no tardé en devolver.
-Ha sido una noche interesante. -dijo.
-Muy interesante... -suspiré y sonrió.
-Buenas noches, Clary.
-Buenas noches.
Miré como caminaba, con las manos metidas en los bolsillos, por Abbey Road. Y no pude apartar la mirada hasta que las sombras lo ocultaron por completo. 

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